miércoles, 15 de diciembre de 2010

El Señor

Cuando cumplí 25 hice la fiesta en una especie de bar privado en San Telmo, e invité a todo el mundo, prácticamente. Había que festejar el cuarto de siglo y tirar la casa por la ventana. Pero tirar la casa no implicaba tirar mi dignidad también por la ventana…
Entre los invitados estaban varios ayudantes de cátedra de la Práctica Profesional de la carrera de Derecho (ni siquiera eran compañeros míos, porque yo no era ayudante), y entre ellos estaba este pibe. Era una bolsa de papas, fofo, con cara de perro Hush Puppies y la gracia de una foca (estoy siendo generosa, gente…). Mis amigas le pusieron de apodo el señor, porque encima de opa parecía 50 en vez de 30. Y cuál fue mi idea? Besármelo.
Recuerdo que estaba borrachísima (no me estoy excusando en el alcohol, no tengo perdón de Dios), y el señor me arrincona y pretende besarme. Y mis amigas me paran y me dicen:
“Estás segura de lo que estás haciendo?”
“Seeeeeeeeeeeeee chicas”
Obviamente, no lo estaba.
Bueno, me lo besé y lo seguí viendo en un par de reuniones de la gente de la Facultad, y me lo seguí besando. Esto no es lo peor de esta historia, sino que me emperré con este señor, quería ponerme a salir con él, lo veía como un buen partido, buscaba coincidencias donde no existían...
No sé qué clase de alucinógenos estaba consumiendo en esa época, porque encapricharse con un muerto así fue la segunda boludez más grande de mi vida (la primera fue asistir a una reunión de un club de fans de los BackStreet Boys).
La cosa es que el señor se sentía codiciado, y se hacía el difícil y el lindo: no contestaba los mensajes de texto, siempre estaba ocupado para tomar un café… y el tema era que el señor, a pesar de lo desagradable que era, tenía novia.
Así que tiré los dados y me moví al próximo casillero, donde tuve que sortear otro obstáculo masculino …

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