lunes, 28 de marzo de 2011

El ex compañero de laburo (parte III)

Pasaron los días (me atrevería a decir semanas…) y un día que estaba en el laburo me saluda por el MSN y me dice:

“Che, L, como estás? Al final el otro día no pudimos charlar nada de la película…”

Sarasa sarasa. Y me dice:

“Bueno, arreglamos para ir de nuevo en otro momento”

La cosa es que, efectivamente, arreglamos para otro día y otra película. Me dijo que pasaba por mi casa antes y tomábamos algo y después íbamos.

El día de la cita, me manda un mensaje a eso de las 6 (la película empezaba 8 y media) y me dice:

“Estoy yendo, cual era la dire?”

UHHHH. Yo todavía con el mate y sin bañarme! Así que me apuré a ponerme decente… al pedo. Porque el señor llegó 8 menos veinte. Se ve que se tomó el colectivo para el lado de La Matanza...y se le hizo tarde.

Llega a mi casa, le sirvo un vaso de cerveza y le digo:

“Te querés sentar en el sillón? Porque la verdad que cumple una función meramente decorativa”

Se sienta y no emite palabra, es como que se cortaba el aire con un cuchillo. O una katana, más que un cuchillo. Se ve que el flaco se pensó que le saltaría encima, o abusaría de su hombría, no sé… Por las dudas, salió eyectado del sillón y se puso a dar vueltas por la sala y a mirar las fotos (aclaro que la sala tiene 3 metros por 3 metros y medio, y hay solamente 8 fotos).

“Ahh y esta foto de donde es?”

“De Cabo Polonio”

E inmediatamente dice:

“Bueno vamos?”

“Bueno…”       

O sea, llegó para irse. Nos hubiéramos encontrado en la puerta del cine, flaco. Yo no te dije que pasaras por acá antes, vos te invitaste solo.

Así que fuimos prácticamente corriendo 15 cuadras hasta el cine, saco las entradas, entramos, nos sentamos, miramos la película y salimos. Empezamos a caminar por Lavalle charlando un poco de lo que habíamos visto (limitadamente, considerando que era una película de corte político y yo solo puedo hablar de que George Clooney tiene un chancho como mascota), y al llegar a la esquina con la 9 de Julio me dice:

“Bueno, me voy a tomar la combi. Chau, hablamos!”

Chau. Que se te caiga el Obelisco encima, PELOTUDO.

No solo tuve que pagar las entradas y ni siquiera me invitó con un café, sino que me hizo sentir super incómoda, incluso en mi propia casa. Como si fuera una obligación que tenía que cumplir: salir al cine con una enferma de cáncer terminal en sus últimos días de vida.

Yo sé que cuando uno sale al cine no interactúa (principalmente, porque hay que prestarle atención a los diálogos en la pelìcula), pero cuando abandonás la sala podés charlar acerca de aquellos diálogos a los que le prestaste atención, de bueyes perdidos y de la mar en coche. Pero no, me fui de ahí odiándome a mi misma por haber permitido que una persona me hiciera sentir tan mal.

Llegué a casa, me terminé la cerveza que había quedado sin tomar sobre la mesa (si, parecía meo caliente, pero dado mi estado anímico, ni la sentí) y me fui a la cama, no sin previamente llamar a mi amigo para llorarle acerca de cuan miserable era. A lo que respondió:

“La boluda sos vos, desde el momento que el flaco llevó a un amigo al cine, que esperabas?”

Y tenía razón. Tiene razón.

Meses después, un día viniendo de la verdulería me suena el celular en el ascensor. Veo un número que desconozco y atiendo.

“Hola?”

“Hola L, soy yo…”

“Ahhh, como andás”

“Bien, che, ahora estoy libre, cuando quieras podemos arreglar para ir al cine, y de paso te devuelvo el DVD que me prestaste…”

“Ahhh si, dale. Estoy media complicada esta semana, pero yo te aviso…”

Estoy complicada hasta el 2068. Yo te aviso.

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